Unicornios

Ayer viendo tapices, me encontré con esta serie del siglo XV hecha en Flandes con lana y seda de casi 4×4 metros y que ahora se encuentran en el Metropolitan de Nueva York y el Moyen Age de París; y cuya temática versa sobre el fantástico Unicornio.

El Unicornio Capturado

Observando estas maravillas, pensé que, desde siempre, hemos ambicionado lo único. Nos enamoramos de lo que consideramos especial, aquello que sobresale a nuestros ojos. Lo que es difícil de encontrar por su excepcionalidad, aquello que cada uno consideramos extraordinario, y por lo mismo nos asombra desde la primera vez que lo vemos y cada vez que la cualidad aparece. En este caso, deseaban un unicornio. Además de su supuesta belleza, el cuerno del unicornio poseía increíbles dones de sanación y protección.

Así que, ni cortos ni perezosos para conseguir tener aquello que consideraron exclusivo ¿qué se hizo? Organizar una cacería para encontrar aquello único que ansiaban tener, conseguir, poseer,… aunque para ello tuvieran que torturarlo o incluso muriera en el intento.

Cuando al final consiguieron domarlo y capturarlo, encerraron a ese ser mitológico y único, de tal manera que dejó de apreciarse su belleza, impidiéndole correr u otros movimientos. Atado y limitado, en continua decadencia hasta que se consume y desaparece el ser que, inicialmente, era majestuoso y magnífico.  

Y mi pregunta es ¿Hacemos lo mismo con las personas? Con nuestros hijos, amigos, pareja o,… con la selección de personas para un puesto de trabajo?. Queremos personas excepcionales y únicas en algunos aspectos: creatividad, amabilidad, inteligencia, capacidad de innovación o investigación, alegría, posibilidades de producción, satisfacción del cliente,….. pero cuando lo tenemos ¿qué hacemos? ¿Intentamos encerrarlo? ¿Limitarlo? Cuando sentimos que no podemos contenerlo ni someter sus dones exactamente a nuestros deseos ¿nos asustamos de lo mismo que nos parecía sublime? O si sentimos envidia o miedo a que nos haga sombra ¿le azuzamos y hostigamos hasta que conseguimos que pierda aquello que le hacía majestuoso? Aquello excepcional que nos hizo elegirlo. ¿Actuamos como en la captura del Unicornio?  Me gustaría decir que no lo hacemos. 

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